Octavio
Rodríguez Araujo
Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/06/opinion/024a2pol
http://rodriguezaraujo.unam.mx
El
Movimiento Regeneración Nacional AC (Morena) es para mí un soplo
fresco de esperanza. Me voy a olvidar por hoy de las elecciones
federales próximas e incluso de los partidos políticos. Hay mucho
tiempo por delante para escribir sobre ellos.
Esta
vez quiero referirme a la importancia que veo en un movimiento
social, que tiene mucho de político sin serlo (todavía), para el
futuro del país. Debe quedar claro que no soy contrario a los
partidos, que no defiendo las mal llamadas candidaturas
independientes ni mucho menos la imposible democracia directa (véase
mi artículo en Este País, 246, octubre de 2011), pero el esfuerzo
de organizar a la sociedad con y sin partido y hasta de varios
partidos es algo que no había ocurrido en México desde hace muchos
años. Intentos los ha habido, desde luego, pero no funcionaron bien
o se fueron desdibujando con el tiempo hasta desaparecer.
Movimientos
sociales hay muchos, hasta podría decirse que cada día surgen
nuevos. Pero lo que este fenómeno demuestra es que la sociedad que
quisiera organizarse carece de líderes que la aglutinen y el
resultado es la dispersión que todos conocemos. El hecho mismo de
que existan muchos movimientos y agrupaciones sociales demuestra, sin
proponérselo, su debilidad. La atomización es signo de raquitismo,
pues no es lo mismo muchos en uno que muchos unos sin identificación
ni coordinación con otros. Morena es un movimiento con líder y
compuesto por muchos que se identifican con este líder y con un
proyecto de nación ampliamente difundido y alternativo en muchos
sentidos al existente. Por si fuera poco, es un movimiento plural,
tanto que ha convocado a algunas personas que incluso me caen mal.
Pero ni modo, ahí están, ahí estamos, y por ahora pospongo mis
diferencias con quien las tenga. Es mi convicción que sólo unidos
podremos hacer algo positivo, si son más las coincidencias que las
diferencias.
No
es la primera vez que tengo esta sensación de unirme y participar a
pesar de pequeños desacuerdos y antipatías personales. Cuando me
sumé al zapatismo chiapaneco, en 1994, hubo muchos aspectos con los
que no estuve de acuerdo, pero ahí había un mensaje de cambio, de
lucha, de esperanza, y los mexicanos (y no pocos extranjeros)
quedamos emplazados: o estábamos con el EZLN o no. No haber estado
con los zapatistas era equivalente a darle la espalda a los más
pobres de los pobres de México y otras latitudes. Era equivalente a
traicionar todo aquello por lo que los izquierdistas de años
habíamos luchado. El punto clave en los primeros años del
movimiento zapatista, cuando era incluyente más que lo contrario,
era posponer las diferencias, que obviamente las había, y sumarnos
con ellas y nuestras coincidencias para lograr lo que muchos
deseábamos y todavía queremos: un país con justicia social,
distribución de la riqueza, menores desigualdades, gente menos
jodida. Las cosas no salieron bien y ni modo, pero hicimos lo que nos
tocaba hacer. La historia, como bien lo sabemos los viejos, no se
construye de un día para otro ni al primer intento.
Morena
es otro esfuerzo de sumar y, nuevamente, una vez más, estamos
convocados a estar con el grueso de quienes lo componen y su líder o
darles la espalda, lo que equivale a apoyar al poder en sus mil
disfraces y alianzas públicas o soterradas, pero poder al fin. Para
mí es la hora de las definiciones, el momento de colgar del perchero
nuestras diferencias y viejas discusiones, sumar y entre todos
enriquecernos para las próximas elecciones y para más allá de
éstas. Una frase que me gusta de López Obrador es que sólo el
pueblo puede salvar al pueblo. Una excelente síntesis. No puede ser
de otra manera, y para que el pueblo pueda salvarse tiene que dar una
batalla descomunal, y ésta no se puede llevar a cabo con dispersión,
sino sólo unidos en organización y propósitos. Esta es la clave.
Morena,
así como asociación civil, se enlaza con las elecciones más que
con los partidos en general porque, con su organización en todo el
país, está en condiciones de participar en las casillas electorales
y cerca de éstas para evitar otro fraude como los habidos en 1988 y
2006. Igual importarán los votos de quienes pertenecen o se
identifican con Morena. Votar por los candidatos de los partidos de
la no muy conspicua izquierda, aunque tengamos diferencias con
algunos, será también muy importante, pues de no hacerlo, de
abstenernos o anular nuestro voto, será equivalente a dejar que
priístas, panistas y hasta verdes y gordillistas terminen por
representarnos en el Ejecutivo y en el Congreso de la Unión.
Que
quede claro que si las encuestas favorecen a Marcelo Ebrard y sus
aliados panistas y perredistas (los chuchos), que espero no ocurra,
me temblará tanto la mano a la hora de la votación que quizá se me
pase el marcador y sin querer anule mi voto al cruzar más de un
cuadrito. Ni modo, pero que conste que aun así trataré de votar por
él pese a que tal vez no lo logre. Prefiero a López Obrador y
espero, aquí sí, que las encuestas lo favorezcan. Es tan buen
precandidato que todos los del poder o cercanos a éste están en su
contra. Ningún otro precandidato podría decir –con orgullo y
sinceridad– lo mismo en estos momentos, y la situación nacional,
agravada por más de 25 años de priísmo y panismo neoliberales,
ineficaces y sumisos a Washington, obliga a luchar por un cambio
auténtico, aunque no sea ni pueda ser radical. Otra vez la historia:
poco a poco.
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