Publicado el 22 de diciembre del 2012 en http://valedor.org/2012/12/22/indios-salvajes/
Por que no se nos muera la memoria histórica: fue un 22 de diciembre de 1997 cuando paramilitares priístas masacraron a 9 varones, 15 niños y 21 mujeres, cuatro de ellas embarazadas. Los noticiarios hablaban de muertos a pedradas y machetazos, cosa de indios salvajes. “Falso, afirmó el periodista Hermann Bellinghausen. El trabajo de exterminio fue eficiente, y a su manera, limpio”.
A modo de antecedente aquí la exigencia de un Luis Enrique Grajeda, por aquel entonces director del Centro Patronal de Nuevo León:
- En Chiapas deben ser desarmados los grupos paramilitares y zapatistas sin importar que mueran miles de personas, pues su presencia ha dañado seriamente el prestigio internacional de México y propiciado que se vaya un mundo de dinero de inversión extranjera a otros países. Si se van a morir miles de gentes, que se mueran. De adoptarse esa decisión no habrá ningún riesgo para la población civil. Que salgan de Chiapas los que así lo deseen, para que cuando se entre con todo el ejército en Chiapas se actúe contra quien se tenga que actuar. Si se van a morir ahí miles de gentes, pues que se mueran, pero están afectándonos muy seriamente en las relaciones internacionales, en nuestro prestigio internacional, en la cuestión de inversión extranjera. ¡Se está yendo un mundo de inversión extranjera a Venezuela y Brasil!
Ya perpetrada la carnicería, la organización Las Abejas denunció que el presidente priísta de Chenalhó “se ha dedicado a organizar a los grupos paramilitares y obligan a las comunidades a cooperar económicamente para liberar a los presos y apoyar la cancelación de las órdenes de aprehensión liberadas contra los autores de la masacre. Así provoca más conflictos y división entre las comunidades, y luego nos culpa de lo que él mismo está provocando”.
Para que la memoria de Acteal no se nos diluya, aquí algunos párrafos del reportaje que Hermann Bellinghausen publicó dos días después de la tragedia:
“En los lugares donde ha estado la muerte, se siente su fuerte presencia. Aquí acaba de suceder la mayor masacre de mujeres y niños en la historia moderna de México. En esta hondonada rota, surcada de huipiles ensangrentados y toda la destrucción de una horda, apenas antier se asentaba un campamento de 350 refugiados. Sus casas, antes de ser destruidas, quedaban en Quextic, barrio de Chimix. Hasta hace un mes. Los hoy muertos y heridos se encontraban aquí, a orillas de Acteal, rezando. Estaban rezando. Así, de rodillas, los cogieron por la espalda desde los cerros circundantes los disparos de armas de alto poder. Y así se fueron muriendo hasta sumar 45.
Una mujer aprieta entre las dos manos el blanco rebozo ensangrentado de su hija Susana, muerta. Un hombre relata sollozante. Se murieron en la balacera todos sus hijos, y con su nieto. Seis de familia perdió, dice el traductor. Rosa Gómez estaba embarazada cuando cayó moribunda en la explanada del campamento. Sus asesinos llegaron hasta ella para rematarla Y uno de ellos, “con un cuchillo -relata un testigo y hace un ademán de puñalada que inmediatamente reprime con un temblor-, le sacó su niño y lo tiró allí nomás”.
Entre las víctimas mortales, los padres de Zenaida, de apenas 4 años. Ella recibió un disparo en la cabeza que la dejó ciega.
- Lloro cuando recuerdo a mis padres”, al reportero.
- ¿Qué le pedirías a la sociedad?
- Que me apoyen para poder recuperar mi vista.
¿Qué te gustaría estudiar?
- Quiero aprender de todo. Lástima que no veo.
Mis valedores: es México. (Este país.)
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