TLATELOLCO
Publicado el septiembre 30, 2011 por
Raiuc
El llanto se extiende, las lágrimas
gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¡Oh amigos! Luego, eso
fue verdad. Ya abandonan la Ciudad de México. El humo se está
levantando. La niebla se está extendiendo…
Fue un día como el próximo domingo,
pero de hace 43 años, cuando Plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco, anocheció empantanada de sangre recién derramada, para
que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si
horas antes no la hubiesen crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles
asesinados? Doscientos, según documentos desclasificados en
Washington, por más que muy otra es la historia oficial.
Fue en 1978. Los reporteros se
acercaron al Gral. José Hernández Toledo, jefe que fue del Batallón
Olimpia la tarde de Tlatelolco:
- General, ¿realmente falleció el
número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?
Rotunda, la respuesta del militar:
“No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno”.
La historia oficial, ese interesado
manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?)
en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del
Poder, como aquel de nombre Rafael Solana, hoy difunto y ya desde
antes muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los
premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que
fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de
Tlatelolco lo publicó el Solana de marras:
- Ganas de exagerar que tiene la gente.
El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores
proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas
vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor
que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido dar
dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula
de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo,
¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir
antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…
Que Tlatelolco nunca más. Hoy, cuando
aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos
rojos, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta
despertar al México bronco, vale decir desde lo íntimo del cogollo
del espíritu:
Que Tlatelolco nunca más. Nunca…
Pero lo que es el poder de los medios
de condicionamiento sobre unas masas domesticadas: en el sangrante
amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció en brama
olímpica, colguijes y banderitas tremolando al viento como signo de
confraternidad, mientras el represor autócrata, manos tintas en
sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:
- ¡Todo es posible en la paz!
Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste
suerte nos vimos angustiados…
Bueno, sí, pero más allá de la
historia oficial, ¿qué fue lo que realmente se perpetró en
Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias
produjo en nuestro país? Lo apuntaba The York Times hace unos años:
“Si la historia la escriben los
ganadores, la de México podría sufrir una importante corrección.
Una Comisión de la Verdad sería ser una ventana hacia un panorama
de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría
destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de
dominio en México controló el flujo de información, los archivos
del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de
la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.
Mis valedores: es Tlatelolco. Es
México. (Este país.)
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