¿Para qué sirve el voto
nulo?
Octavio Rodríguez Araujo
Con base en la información
del Instituto Federal Electoral, la lista nominal de ciudadanos con
derecho a voto consta de 77 millones 481 mil 874 personas. Algunos
analistas han pronosticado que en la próxima elección federal del 5
de julio habrá entre 65 y 70 por ciento de abstención, lo que
significaría, en la máxima abstención calculada, que sólo
asistirían a votar poco más de 23.3 millones de ciudadanos. Los
partidarios del voto nulo, por tanto, se dirigen a éstos y no a los
más de 54 millones de mexicanos que probablemente se abstengan de
sufragar.
Entre los promotores del
voto nulo, en otros países también llamado voto en blanco, hay
algunos que cuentan con blogs y otro tipo de representaciones en
Internet, unos con más fundamento que otros. En todos los casos se
lee una cierta posición en contra del sistema político y de los
partidos, y se fundan sus esperanzas en la ciudadanía como si los
políticos no formaran parte de ésta o fueran extraterrestres.
Esta propuesta tiene
varios puntos flojos. El primero es creer que la ciudadanía no vive
parcialidades subjetivas e intereses individuales de diversas
orientaciones; es decir, se soslaya que es pluriclasista y que no son
comparables los habitantes de los estados prósperos del país,
incluido el Distrito Federal y buena parte de su zona metropolitana,
y los de las entidades federativas donde radica el mayor número de
pobres y de marginados de México. Más aún, se pasa por alto que en
una misma ciudad no son semejantes los que viven en Las Lomas y
Polanco, por ejemplo, con los habitantes de Iztapalapa o Milpa Alta,
para sólo referirme a la ciudad de México. Ligado con esto, se
omite que sólo un poco menos de 25 por ciento promedio de la
población tiene acceso a Internet, y que incluso en este porcentaje
general deben distinguirse las zonas del país más prósperas de las
más marginadas. Los seis estados de la frontera norte y el Distrito
Federal no tienen comparación, por cuanto a acceso a Internet, con
los estados del centro y sur del país. En los primeros el acceso a
la red es de casi el doble que en los demás. De ese 25 por ciento de
la población que usa Internet, incluidos muchos menores de 18 años,
¿cuántos y por qué artes o inspiración, consultarán los blogs
que llaman a anular el voto? ¿Cuántos están interesados en las
páginas de contenido político, incluidos los periódicos que pueden
ser consultados por medios electrónicos? ¡Qué bueno que existan
páginas con intenciones de orientar o desorientar políticamente a
la población! Pero, por favor, bájense de su pedestal. Pecar de
soberbia puede ser peligroso, y el menor de sus riesgos sería ser
víctima de la ingenuidad y del wishful thinking; es como si yo
creyera que todos los lectores de La Jornada me leen y, peor, que
influyo en ellos. Si en Estados Unidos muchos pensaron que mediante
Internet y redes sociales podían llevar a Obama a la Casa Blanca
(como en buena medida ocurrió), tenían una base de realidad que
México no tiene; esto es, que 220 millones de estadunidenses (72.5
por ciento de la población total) tenían acceso a Internet en 2008
(datos de Internet World Stats).
Llamar a anular el voto
es dejar, deliberadamente, que los que sí votan, por pocos que sean,
elijan a los diputados por todos los demás, es decir por los
abstencionistas y por quienes anulen su voto. Es dar un cheque en
blanco a quienes triunfen de la próxima contienda. Estos dirán: si
no votaste por mí no te debo nada, aunque por lo general digan lo
mismo a los que sí votaron por ellos, pues nuestros diputados, con
algunas excepciones, son bastante cínicos y nada o muy poco
comprometidos con sus electores.
El cinismo de la mayor
parte de nuestros políticos es ampliamente conocido, al igual que la
poca o nula eficacia de las instituciones creadas teóricamente para
atender las necesidades de la población. ¿Por qué, entonces, los
promotores de la abstención o del voto nulo piensan que los van a
afectar y/o a sensibilizar con el látigo del desprecio ciudadano al
no acudir a las urnas o al echar a perder su voto?
La abstención, como el
voto nulo, no conmueve a nadie ni cuestiona en serio la legitimidad
de un candidato ganador. Cuando los serbios quisieron buscar la mayor
participación legitimadora de los votos para la presidencia de la
república, estableciendo que si en la segunda vuelta de la elección
presidencial no sufragaba por lo menos la mitad de los votantes los
partidos/candidatos tendrían que ir a nuevos comicios, se
frustraron, ya que en las dos elecciones presidenciales llevadas a
cabo en 2002 no se alcanzó el voto de 50 por ciento del registro de
electores. En consecuencia, para las elecciones de 2003, la Asamblea
Nacional de ese país modificó la ley estableciendo que ese 50 por
ciento de votantes debía ser el mínimo en la primera vuelta, y no
en la segunda como estaba estipulado. Sólo en los regímenes
totalitarios monopartidistas la abstención es menor a 10 por ciento.
En las democracias, por imperfectas o perfectas que sean, suele ser
mucho mayor y ningún gobernante es de mayoría real, mucho menos un
diputado, pero ahí están.
Si de veras se quisiera
reprobar y rechazar en todos sentidos a la llamada clase política,
mejor hubiera sido organizar desde hace tiempo (y no al cuarto para
las 12) un grande y masivo movimiento en su contra y no convocar a la
abstención o al voto nulo (que será secreto e íntimo) y que, al
final, lo único que producirá será una satisfacción muy personal,
pero no un movimiento organizado en contra del sistema. Y si el
rechazo es sólo individual, aunque por su suma parezca colectivo,
deberá tomarse en cuenta que los gobiernos siempre podrán absorber
y paliar esa inconformidad individual, como bien lo hizo Salinas con
su Programa Nacional de Solidaridad, para sólo poner un ejemplo de
un candidato que, con todo y fraudes, no obtuvo siquiera el voto de
25 por ciento del padrón electoral en 1988.
El único movimiento
social más o menos articulado nacionalmente en estos momentos es el
que ha venido construyendo López Obrador, y no tiene nada que ver
con el abstencionismo ni con el voto nulo. ¿Por qué no mejor
fortalecerlo en lugar de militar en su contra a cambio de la
satisfacción íntima y a la vez desorganizada de no acudir a las
urnas o de votar en blanco? Para mí es obvio que después del voto
nulo, por masivo que pueda ser (que no será), no pasará nada: ni
los anulistas se organizarán ni surgirá de ahí movimiento alguno,
pero Calderón y su partido estarán muy agradecidos.
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