IEMS: Despedida del compañero Jorge Castro de la Comunidad Tláhuac

“En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.”
Joaquín Sabina

Una tarde de julio hace casi trece años con mis manos entre los barrotes me asomé y vi que estaba todo vacío. Era domingo, mi familia me acompañó a explorar planteles. Antes, recorrí Milpa Alta y Topilejo, quería una escuela en el campo, cerca de la comunidad, con estudiantes campesinos. Pero, no se pudo. Ni modo, escogí Tláhuac.

Ahora sé que no me equivoqué. No encontré estudiantes campesinos, eran otros estudiantes, muy de Tláhuac, de barrio pobre y comunidad en destrucción.

Hace años un estudiante nos invitó a varios profes a su casa, para una comida preparada por su Mamá para recibir a sus maestros que irían como jurado a presenciar un torneo de oratoria. Su casa era literalmente un basurero, el basurero de la manzana o cuadra. Ahí, entre ladrillos rotos, perros famélicos, latas, cartón y vidrios rotos, me llegó la conciencia, la conciencia de verdad. Era maestro de alumnos llenos de pobreza y sin más esperanza que la escuela. En esa ocasión, el anfitrión fue Juan, Juan el poeta, Juan el RVD, que un día llegó a mi cubo con un montón de papeles y me dijo, ten ahí están mis poemas, -dice Medrano- que me escribas un prólogo. Aún conservo las poesías de Juan, de Juan el poeta.

Apenas en el último invierno, una estudiante que recién egresó con un Problema Eje, denominado, ni más ni menos: “Actos de genocidio en Guatemala, durante la revolución de 1960 a 1996”, escribió en su página de face: “(…) Me encuentro bien entre los marginados por que soy una de ellos.” Ella, se llama Mary y ayer me regalo un cuadernillo de madera con un grabado de una zapatista empaliacatada de rojo, “…para que no me olvide y no deje de darme la vuelta por su escuela…” Podría seguir, pero mejor no, porque todavía no es hora de decir, lo que tengo que decir. Entonces, sigo con mi cuento.

Llegó agosto del 2002 y crucé aquellos barrotes de la primera vez. En mi morral traía una serigrafía en negro mate con fondo azul que hacía poco imprimí con mis otros alumnos, los del norte, los que tardan casi dos horas para llegar a clase de siete sin retraso. Era una reproducción de Picasso: “El prisionero”. Ayer la tiré. Ya no la necesito. Aprendí que los barrotes que tomé con mis manos alguna vez para asomarme a ver que había en la escuela, eran los que salvaguardan a los que adentro están, de lo que afuera ocurre.

Aquel día, mi primero en la escuela, fue como el de hoy despues de las 8 de la noche. No había nadie. Me aproveché y recorrí cada rincón de la escuela, sus aulas, pasillos y cubos. Los jardines, el patio, las canchas. El ala que mira al Pico del Águila y la otra, la del Popocateptl y el Izta. Me gustó y me dije, aquí, en estos ventanales, puedo ver a los guardianes. Eso me agrada y me quede hasta hoy, que los despedí con una reverencia de aquellas que hacen los bailarines primeros en el ballet al terminar una función memorable.

Desde entonces, encontré aquí lo que había perdido: el aliento para empezar otra vez a recomponer las alas rotas. Pasaron los días y los años, me encantó cruzarme por la vida con tanto artesano, relojero, maestro de obra, ebanista, pintor de brocha gorda y aerosol, cuenta cuentos, malabaristas, magos, picapedreros, aprendices, artilleros, curas, tejedores de sueños, brujas encantadoras, alquimistas, exploradores de estrellas, domadores de leones, arquitectos de babel y otros más que apenas recuerdo.

Valió la pena. Si pudiera, lo volvería a hacer, tal vez con un poco más de la ternura que no tuve para imaginar la vida bella y ligera para los más.

Agradezco a todos y todas, su ejemplo, dedicación y compromiso con todo y con todos. En la semana, una querida compañera escribió unas palabras que me cimbraron, dijo: “Primera despedida de ‘nuestro’ (…) Él se va (…) siempre será de T…”. Me tocó el alma, porque para mí, cuando digo “nuestro”, es para decir: comunidad, colectivo. Es el todos y todas. Es el plural que tanto escandalizó a quienes no conocen lo que ustedes saben. Pero, ahora que puedo decir lo que tengo que decir, les pido que miren a su alrededor, que busquen una luna en la laguna, un trueno en su relámpago, una espejo desempolvado y soplen, soplen fuerte y verán como ahí están ustedes, todos, amurallados con las letras de ‘lo nuestro’, lo verdaderamente nuestro, lo de todos.

Gracias, Silvia por las palabras tan bellas e inmerecidas que me dices. Gracias Alfredo, por tus publicaciones que me honran. Gracias Gaby, ya dije porque. Gracias Shirley por tu amor a los chavos. Gracias Hectores. Gracias Mónica. Gracias Jose Luises, Gracias Laura, Gracias Ubaldo. Gracias Adrianes. Gracias Raulito. Gracias Martha. Gracias Ricardo. Gracias Mauricio. Gracias Edgar. Gracias Lalo. Gracias Florentino. Gracias Manuel. Gracias Alfredo. Gracias Lupita. Gracias Ivanes. Gracias Fernando. Gracias Lulú. Gracias Yara. Gracias Juan Pedro. Gracias. Lydia. Gracias Luis E. Gracias Octavio. Gracias Elizabeth. Gracias Normas. Gracias Rocío. Gracias Nora. Gracias Israel. Gracias Maribel. Gracias Dalia. Gracias Luciano. Gracias Mary. Gracias Idalia. Gracias Leonor. Gracias Sebastián. Gracias los que faltan.

Gracias camarada Analía, Gracias camarada Arturo, Gracias camarada Gerardo. Gracias camarada Alfredo. Gracias camarada Ricardo. Gracias camarada Ángel.

Gracias compañera Leticia. Gracias compañero Juan de Dios.

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